Por Málaga, la Caridad

Por Málaga, la Caridad. La letra de la salve que el coro gaditano de Julio Pardo ha dedicado a Nuestra Señora se hizo realidad a lo largo de jornada histórica que quedará marcada en los anales de nuestra Cofradía para siempre y, sobre todo, permanecerá grabada en la memoria de los cofrades del Amor y la Caridad para toda nuestras vidas. Tuvimos el privilegio de poder ensalzar a María, Nuestra Buena Madre de la Caridad, presentándola como modelo de fe, y lo hicimos como mejor supimos, buscando darle sentido a nuestros actos, cuidando los detalles, disfrutando y tratando de hacer disfrutar, con alegría -como requiere la transmisión de la Buena Noticia- y dejándonos llevar por la fuerza de la emoción. Ni más ni menos.

Los preparativos habían sido intensos aunque lejos de hacernos llegar con cansancio acumulado a la fecha señalada, fueron alimentando la ilusión y las ganas de que llegara la hora de salir en procesión. La víspera, un rato de oración, una vigilia serena y profunda, compartida y emotiva, nos ayudó a seguir centrándonos en el sentido de lo que íbamos a hacer. Antes de terminar la jornada previa y de terminar de rematar el exorno floral, aún tuvimos tiempo para un encuentro más, al recibir en nuestra casa-hermandad a Julio Pardo a quien nuestra Hermana Mayor, en nombre de la Hermandad, hizo entrega de un testimonio de nuestra profunda gratitud por su generosa colaboración tanto a él personalmente, como al coro que con tanto cariño acogieron la propuesta y con tanto desprendimiento han colaborado con nuestra Cofradía.

Las predicciones meteorológicas eran una amenaza que, una vez más, salía al paso de nuestra ilusión. Durante la mañana, las nubes y algún pequeño chaparrón -ni sombra del que de madrugada nos había hecho temer no ya por la propia procesión, para la que teníamos la esperanza de que el tiempo mejorara al mediodía, sino por las decoraciones que engalanaban toda la Victoria desde el arranque de la calle que lleva su nombre hasta la propia puerta de la casa-hermandad-, tensaron un poco el ambiente. Sin embargo, en el interior de la casa, la contemplación de la Virgen -espléndida- en su trono tan delicadamente adornado de flores y, sobre todo, el acto celebrado para tener el gesto de “Lágrimas de Vida”, nos hicieron mantener la calma, la ilusión y resultó, a pesar de todo, el inicio perfecto para una jornada inolvidable. Con Susana Herrera, con Miguel Lebrón -Coordinador de Trasplantes de Carlos Haya-, con Loli -primera mujer trasplantada que dio a luz después del trasplante y cuya hija a su vez la ha hecho abuela, con lo cual tres generaciones viven gracias a la generosidad/amor y caridad de un donante-, con otros trasplantados, nuestros hermanos de la Cofradía del Rocío, la Concejala del Distrito Centro que siempre nos acompaña en momentos importantes, y un buen número de hermanos y amigos, nos reunimos para prender la vela que habría de arder muy cerca de la Virgen. El acto fue presidido por nuestro Director Espiritual y se convirtió en una oración al Señor de la Vida, al Dios del Amor, que contó con el ambiente puesto creado por la Capilla Musical Nuestra Señora de la Caridad y las intervenciones de Susana Herrera, Miguel Lebrón, Loli y la cantante Melu, quien interpretó en directo una canción compuesta por Javier Ojeda referente a “Lágrimas de Vida”. La Hermana Mayor concluyó el acto y terminamos con el rezo del Ángelus.

El tiempo mejoró y las predicciones anunciaban una mejoría aún mayor para la noche, de modo que la salida de la procesión se realizó según el plan previsto. A las cuatro y media en punto, tras un momento de oración compartida, en la intimidad del salón aún cerrado por quienes íbamos a participar en la procesión, se abrieron de par en par las puertas de la casa-hermandad y la cruz alzada -sobre la que una miniatura que reproduce la imagen del Cristo del Amor nos permitía que, de alguna manera, también nuestro Cristo nos acompañara- aparecía flanqueada por dos ciriales, junto al trono de Nuestra Señora y precediendo al cortejo de acompañantes con velas que estaban dispuestos para la salida. Rezamos proclamando el primer artículo del Credo iniciando así la coronilla agustiniana de la Stma. Virgen y comenzó a caminar el cortejo, a los sones del Ubi Caritas interpretado por la Banda de la Archicofradía de la Expiración. Las notas de la marcha que es como el himno de nuestra Hermandad sonaron mientras iban saliendo de la casa-hermandad acompañantes con velas, estandarte flanqueado por faroles y presidencia con el guión. Todos ellos pisaron por vez primera la extensa alfombra de helecho y romero que viró en verde el color del suelo de todo el tramo de la calle Fernando el Católico que discurre entre nuestra casa y la esquina con calle Gordón. Una amplia alfombra verde para poner otros olores y colores a esta salida extraordinaria que permitió ofrecer una imagen diferente de la salida de la procesión, distinta a cualquier Viernes Santo. Era lo que se pretendía… y se consiguió.

salida mater dei

Nuestro Mayordomo de Honor, Alfonso Sell, dio los primeros toques de campana. Fue un signo mediante el que hicimos presentes a nuestros mayores, los que están con nosotros y han podido disfrutar de este día y los que ya no están físicamente pero a los que les debemos tanto y siguen presentes en nuestro recuerdo agradecido.

Y por fin, a los sones brillantes de la marcha Nuestra Señora de Guadalupe, del maestro Pantión, fue asomándose Nuestra Señora de la Caridad para salir a la calle con alegría y solemnidad. A partir de ese momento no hicimos más que disfrutar.

Disfrutamos de la belleza de nuestra Señora, tan bien arreglada por David y las camareras. Elegante y poderosa, Con discreta fuerza, encajes añejos que entonaban perfectamente con su rostro, belleza sobre belleza… Disfrutamos de los detalles, del corazón en su mano -esa noche fue el nuestro, el de todos-; de la rosa de su aniversario en la otra; de los escudos de nuestras cofradías hermanas del Santuario, Humildad y Calvario, prendidos en su saya flanqueando su nombre; de cada joya, cada medalla, cada rosario, con un nombre, un sentido, una petición, una acción de gracias… Lo que veíamos y lo que no podíamos ver, las oraciones prendidas en su ropa como pequeñas ofrendas de devoción y confianza, y bajo su manto, las oraciones que en los días previos habían dejado escritas tanto y tantos como pasaron por el oratorio provisional en que de había convertido la sala de juntas para su presencia de Madre atenta.

Disfrutamos del cortejo impecable, bien guiado, integrado por cofrades de todas las edades, desde los niños a los mayores, cofrades, amigos de la asociación de vecinos de la Victoriana de Capuchinos y La Fuente, de la Asociación de Mayores de nuestro barrio, del AMPA del Colegio Los Olivos, de la OJE, jóvenes de nuestra Parroquia integrados en nuestra Hermandad,… Un grupo que cerraban las camareras de la Virgen y nuestro Consejero Ricardo Valle, que acompañó a la Virgen toda la noche con seriedad y buen hacer.

Disfrutamos de la marcha del trono, de las maniobras bien trazadas, de las curvas bien dadas -todas, sin excepción-, de la emoción de las calles estrechas, del itinerario inédito, de los escenarios únicos: bajar por Cristo de la Epidemia por donde los hombres de trono hicieron “bailar” por primera vez a Nuestra Madre a los sones compuestos para conmemorar la Coronación de la Virgen del Carmen; subir por el Altozano venciendo la resistencia de una cuesta muy exigente con un paso corto que parecía que nunca conseguiría llegar a la cima; girar desde la Cruz Verde hacia calle Frailes con precisión y elegancia, arrancando aplausos; pasar por Alcazabilla con la historia milenaria como telón de fondo, adentrarnos por Císter y seguir disfrutando de la música que acompasaba la marcha del trono con una coreografía espontánea, adecuada y bien acogida por quienes esperaban a Nuestra Buena Madre en los jardines de una Catedral que por primera vez veía tan de cerca la cara de la Caridad, a la que iluminaba, ahora sí, un sol radiante que fue destello en su rostro cuando -el patio de los Naranjos al fondo- se encaminó a dar la doble curva que la llevaría hasta Duque de la Victoria con caminar sereno a los sones de una marcha clásica que resaltaba la elegancia del conjunto. Y seguimos disfrutando, con la disposición de nuestros hombres de tronos, de todos, para el cambio de turno, realizado con agilidad y precisión. Disfrutamos con ellos, con el primero y con el segundo, con los dos submarinos, con todos… por su generosidad en el trabajo, por su esfuerzo entusiasta, por el ambiente que crearon, respetuoso y alegre, con una seriedad que no es tristeza, con unas ganas contagiosas de ofrecer lo mejor, de hacer lo mejor, de vivirlo todo con intensidad… Y así lo hicieron.

Disfrutamos con los encuentros: con la Cofradía de la Columna y con la del Sepulcro, en la puerta de sus respectivas casas-hermandad; con tantos saludos, con tantos cofrades y amigos, saludos y gestos de ánimo y de felicitación. Disfrutamos con la gente en la calle.

Disfrutamos del paso por la plaza de la Constitución, lento y pausado, a los sones de “Cristo del Amor”. Allí estaba también Él, evocado por la música con la que se mecía solemnemente Nuestra Señora, mientras desde las alturas -como en otros puntos del recorrido- caían los aleluyas, papelillos con imágenes alusivas y fragmentos de pregones de Semana Santa dedicados a Nuestra señora de la Caridad y a la Virgen de la Victoria que eran verdaderas oraciones para leer en la presencia amable de Nuestra Buena Madre en su trono. Y cómo entro la Virgen en calle Larios. “Málaga a su Virgen de la Victoria” fue la marcha que acompañó una entrada señorial, la que Ella merece. Tomó la calle y discurrió por ella al ritmo de marchas malagueñas, precedida por un cortejo compacto, bien formado, en el que no podemos olvidar la labor de los acólitos, que iluminaron con los ciriales y perfumaron el ambiente con el incienso para contribuir a crear el espacio sagrado a pie de calle, siempre a las órdenes de un dispuesto pertiguero.

Y la curva para entrar en Calle Bolsa, y callejear por Torre de Sandoval y Strachan creándose momentos inolvidables a los que contribuyó la Banda de la Expiración, tan bien acoplada con el trono, tan generosa en su tarea, tan esforzada en su labor… Disfrutamos del acto de la plaza del Obispo en el que sólo teníamos que dejarnos llevar por el ambiente creado, por el escenario tan bellamente dispuesto, por la música tan original y tan apropiada, por el guión litúrgico tan preparado con unos textos tan oportunos para la reflexión y la oración, por el clima de silencio y recogimiento roto en el momento preciso por el aplauso comedido que honraba a la Virgen… Irrepetible.

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Y disfrutamos, en fin, de la vuelta. De un regreso de ensueño. De la antigua “curva del Águila” en la que nos reencontramos con nuestra historia procesionista; de la subida animosa por Casapalma; del momento entrañable en el cruce con Cárcer, la Virgen plantada en calle Álamos y el soneto de José Luis Hurtado de Mendoza, tan querido para muchos de nosotros, recitado con arte para proclamar “Bendita sea tu dulce Caridad” mientras desde la ventana nuestro hermano y consejero Juan Vera podía ver de cerca a Nuestra Señora y unirse a nosotros en la procesión de esta noche sin par, con las emociones de los recuerdos y la familia alrededor.

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Y disfrutamos de la llegada a Madre de Dios, con una maniobra perfecta con la que el trono giró a los sones de “Encarnación Coronada” de modo que -como habíamos imaginado/soñado- el momento en que se cuadró en la entrada de la calle fue el mismo en que rompieron la noche por primera vez las voces del coro de Julio Pardo, cantando el Ave María que sirvió de pórtico para el que fue para tantos y tantos, el momento más intenso de la noche. Tenía que ser allí, en una calle con tal nombre -Mater Dei- donde esta gente generosa pusiera sus voces al servicio no ya de una Hermandad ilusionada y decidida a ofrecerle lo mejor a su Titular en una noche extraordinaria, sino de tantísima gente congregada -con algún problema incluso por el desbordamiento del público asistente que en masa entusiasta y expectante acudió llenando las aceras y colapsando la salida de la calle de modo que apenas podía avanzar el cortejo- dándoles la ocasión de rezarle a la Virgen con una melodía que ya nos resulta nuestra, familiar y entrañable; una plegaria, una salve, que sonó por primera vez al final de una marcha brillante que nos trajo a la Virgen no ya a paso corto, sino mínimo, mientras desde un balcón, nuestros amigos de la Archicofradía de María Auxiliadora -Molina al frente- hacían crecer la emoción con su ofrenda de pétalos sobre Nuestra Señora. Cómo expresar con palabras los sentimiento de ese momento. Quizás sólo puedan dar una idea las lágrimas de los cofrades y del público, las palmas, los oles y los vivas, los vellos de punta, las caras de alegría, las sonrisas limpias, claras, de las que brotan irresistiblemente del corazón…

Pero aún quedaba calle Madre de Dios y quedaban emociones por vivir: al llegar ante la casa hermandad de la Hermandad de la Caleta, sus hermanos, en un testimonio de amistad y devoción, esperaban a la Caridad con su Simpecado. Qué gesto tan generoso. Lo valoramos como se merece, porque en definitiva es poner a su Titular presente en ese momento para compartir así amor a la Virgen y sentimientos de hermandad. Y no quedó ahí: con un magnífico ambiente creado en torno a su puerta, repletos los balcones y las aceras, la música de las flautas y los tamboriles envolvió a Nuestra Señora y la llevó con aires de marisma hasta la altura del Simpecado, donde los hermanos de la Caleta ofrendaron una salve para ellos muy querida que nos hizo sentirnos más cerca, unidos en una misma devoción a la Virgen. Después, de manera espontánea, llegaron los vítores, “vivas” que no escuchamos el Viernes Santo y que seguro que llegaron a los oídos de la Buena Madre como el regalo cariñoso de unos hijos entregados y  agradecidos, conmovidos por la belleza de la Virgen y por la emoción del momento.

Y el momento culminó cuando a los malagueñísimos sones del Himno de Coronación de la Esperanza, la Virgen de la Caridad abandonó solemnemente Madre de Dios para abrirse paso hasta la plaza de la Merced, donde, quienes no habían podido estar en el momento del estreno de la marcha de Julio Pardo,pudieron escuchar al coro gaditano cantar que por Málaga, esa noche, como siempre, iba la Caridad. La Caridad con rostro y manos de manos de Madre Buena que encarna la atención a aquellos que más nos necesitan y que estamos llamados a llevar a la vida como verdadero aval de nuestra fe. 

 

Y seguimos disfrutando mientras subíamos calle la Victoria y el camino se convirtió en un rosario de homenajes de Nuestra Señora: el Rico y su salve; un poema en la residencia de María Inmaculada; la Virgen de Gracia en la puerta de su capilla mientras los hermanos de la humildad y el Rescate nos aguardaban para saludar a la Caridad con petalada y campanillas (y con unas ganas y una alegría y un cariño que nunca podremos pagar: verdaderamente cofrades y hermanos); los maristas en su puerta para pararnos un momento, escuchar un texto evangélico -María lo guardaba todo en su corazón,… de nuevo su corazón- y atender a las palabras del H. Benito, Superior de la Comunidad, reflexionando sobre el mensaje de fe que se imponía meditar esa noche ante María e invitándonos a compartir la oración. Y rezamos untos, como toda la tarde, como toda la noche, en voz alta y sin miedo, desgranando la coronilla agustiniana por Málaga acompañados por las voces de los hombres de trono.

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Y seguimos subiendo la cuesta de la noche hasta el Santuario. Y el coro de Julio Pardo volvió a rezar el Ave María ante San Lázaro mientras la Virgen del Rocío asistía desde su altar, iluminada, claramente vista por todos nosotros desde la calle. Y la Caridad llegó entró en el Compás por Campanilleros… Un nuevo poema, declamado con arte y con gracia, ensalzó a Nuestra Madre y terminó proclamándola Reina de los Agustinos, para satisfacción de nuestro buen amigo, consejero, hermano, Fr. Justo, que nos acompañó en el regreso disfrutando con los cofrades de esta noche de oración y emociones compartidas, de devoción y piedad, de gozo y testimonio: la caridad debe ser alegre; la fe tiene que ser contagiosa y debe iluminar la vida…

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Y disfrutamos al acercarnos al momento del encierro. Mucha gente acompañando la procesión para llegar juntos hasta la casa-hermandad. Mucha gente en las aceras, en las escaleras de la Plaza del Santuario. Y desde la altura de la Plazuela del Cristo del Amor, de nuevo las voces del coro volvieron a cantar el saludo del ángel, anticipando la llegada de la Virgen, que fue recibida a la llegada ante la casa hermandad por los pétalos que caían desde los balcones del edificio de enfrente, decorado por los jóvenes de la cofradía del Rocío. Y cuando, tras hacer la maniobra, el trono comenzó a entrar en el salón, sonó de nuevo la marcha compuesta para esta ocasión y el coro, ahora cantando de cara a la Virgen, volvió a emocionarnos con la fuerza, la armonía y la rotundidad de su voces, mientras los hombres de trono mecían a Nuestra Señora con mimo y la noche tocaba a su fin al proclamarse con fuerza “por Málaga, la Caridad”, entre aplausos y repique de campanillas. Y después, como si fuera un Viernes Santo, con la satisfacción del deber cumplido, con la emoción haciendo temblar todavía piernas y gargantas, con lágrimas en los ojos  y rostros de satisfacción, llegaron los abrazos y las despedidas. Que será hasta muy pronto… que será hasta siempre, porque siempre recordaremos esta noche en la que tuvimos el privilegio de vivir juntos la experiencia de que en procesión, a nuestro estilo, con nuestras formas -porque nos pudimos reafirmar en que ser cofrade merece la pena y tiene sentido-, se puede decir alto y claro algo tan profundo y a la vez tan sencillo, tan esperanzador y tan comprometido: Salve, Caridad, tu Victoria es la de todos.

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