Testimonios de la JMJ de Lisboa 2023

Más de una veintena de jóvenes -de todas las edades- de la Hermandad acudieron a Lisboa a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Ese fue el punto de encuentro para que un millón y medio de cristianos venidos de todas partes del mundo se dieran cita en la capital portuguesa. Hubo tiempo para rezar, para pedir por aquellos que estaban y por los que no pudieron acudir, para dar gracias a Dios por la vida y por la juventud, para el ocio, para conocer y estrechar lazos con otras realidades y para un sinfín de actividades organizadas. En las siguientes líneas extraemos dos testimonios de dos hermanas que participaron de la JMJ de Lisboa 2023. Alegría, agradecimiento, fe o entusiasmo son algunas de las palabras que se perciben de los textos. Qué buena noticia saber que hay muchos jóvenes con sed de Cristo, de querer vivir siguiendo su ejemplo de amor y con la caridad de la Virgen María.

 

Carla Gómez Subire

Para mi querida madre, María:

No sé por dónde empezar a contarte. Han pasado tantas cosas estos días. Llegaba a Lisboa llena de ilusión y con la esperanza de que algo en mí cambiaría. Ya sabes lo duro que ha sido este año, los estudios, la familia, los cambios, las decisiones importantes. Qué pedida estaba. Ya ni siquiera acudía al Señor. Me sentía frustrada y vacía. Menos mal que te tengo a ti, Madre. Tu nunca me sueltas de la mano, siempre encuentras la manera de que consiga llegar de nuevo a tu Hijo. Siempre consigues que siga tu ejemplo. Así, me levanté y me puse en marcha a la Jornada Mundial de la Juventud.

Gracias por ponerme en el camino a la mejor compañía para esta aventura: la Parroquia de la Victoria, mis hermanos de la Cofradía del Amor y mis compañeras del colegio La Presentación. A lo largo de mi vida, han sido el camino por el que he vivido la fe. Ellos son el claro ejemplo del Ahora de Dios. Son el reflejo de juventud cristiana que pone su vida al servicio de los demás. En ellos veo el futuro que los jóvenes deseamos para la Iglesia, una comunidad que vive como un solo corazón y un solo espíritu en plena revolución del amor.

En Lisboa la alegría estaba presente en cada rincón, doy fe de ello. Millones de jóvenes reunidos siguiendo el ejemplo de tan solo doce valientes. Cada uno con su bandera, su realidad, sus costumbres, su cultura. Nada de eso importaba, estábamos todos inundados de alegría y motivados por tu ejemplo, disponibles para lo que viniese. Vivíamos en una burbuja alejada de los odios políticos y los conflictos. El Señor siempre me sorprende. Entre tantos millones, yo seguía sintiéndome única. Llamada por mi nombre. Con su todo y con mi nada. Él nos quiere así. Tú nos quieres así. Eso es lo que necesitamos la juventud hoy en día, sentirnos amados, sentir que tenemos un lugar al que pertenecer independientemente de nuestras cualidades.

Cada día era más consciente de que somos una juventud inquieta. Nos alejamos de nuestras casas, nuestras comodidades y nuestras familias porque hay algo que nos llama, que nos pica. Nos movemos no por obligación o por deber, sino por amor. Al igual que tú, María, cuando fuiste a visitar a tu prima Isabel. Lo normal es que los jóvenes nos sintamos perdidos y por esto queremos buscar un verdadero sentido a nuestra vida. De aquí viene la inquietud por descubrir el verdadero mensaje de Cristo. Tras estos días, tengo claro que este es el camino para alcanzarlo. Parte de esa inquietud también me lleva a conocer nuevas personas que no hubiera conocido en otro contexto pero con las que comparto algo muy especial. Me gusta verlo como un hilo muy fino pero muy resistente que nos une a los cristianos entre nosotros. Sin duda de este viaje me voy con el corazón lleno de nuevas amistades y nuevas personas con las que compartir la fe. Gracias, Madre, por poner en mi vida a personas que también quieren seguir tu ejemplo y repartir su alegría a los demás.

Recuerdo la primera vez que el Papa habló en la bienvenida. Estábamos en el parque Eduardo VII: “En la Iglesia hay espacio para todos, ninguno sobra, así como somos”, “Chicos y chicas, somos amados como somos, sin maquillaje” o “No tengan miedo, tengan coraje y vayan hacia adelante” son algunas de las palabras que nos dirigió nuestro Papa Francisco. Cuando terminó, miraba a un lado y al otro y sólo veía caras de felicidad entre mis amigos. Fue un verdadero chute de energía. Un subidón, decidan algunos. Y así fue. En ese momento sentí esperanza. Creo que todos lo sentimos. Fueron palabras de aliento para los jóvenes. Era una Iglesia joven más viva que nunca, por mucho que digan lo contrario. Sin duda, aquello era cosa de Dios. También quedará siempre grabada en mí la imagen de la adoración en la vigilia. Tras un duro día lleno de agobio, calor, y mucho cansancio, por fin llegaba la calma. Más de un millón y medio de jóvenes se sumían en un imperioso silencio adorando al Señor. Fue algo indescriptible. De todo esto me queda claro que los malos hacen más ruido que los buenos, pero son muchos menos.

Como en la vida, no todo fue bonito y sencillo. El Señor siempre tiene alguna cruz que darme. Me gusta abrazarlas como retos y, sobre todo, como aprendizaje. Así debe ser, pues Dios nunca me dará una carga que no pueda aguantar. La parroquia confió en mí la responsabilidad de un grupo de chicas. Nunca me asustó ni me preocupó, supongo que porque no sabía lo que me esperaba. Fue más duro de lo que pensaba; aún así, no lo cambiaría por nada. A mis dieciocho años, independiente y acostumbrada a cuidar solo de mí, tuve que dejar de hacerlo y pensar en el bienestar de ellas. Verlas felices y agradecidas ha sido el mejor regalo. Madre, he podido seguir tu ejemplo de disponibilidad, servicio y alegría; y transmitirlo de algún modo a ellas cada vez que se nos ponía un obstáculo, que no fueron pocos. Te doy las gracias, Madre, por hacerme vivir esta experiencia que sin duda me acompañará siempre, y será una parte más de este camino de fe y de vida. Gracias por recordarme que Él siempre me sostiene, aunque no lo sienta. Y gracias una vez más por estar siempre a mi lado incondicionalmente.

Te pido por todos los jóvenes. Para que sigamos dando testimonio de fe cristiana, para que seamos siempre luz para los demás, y para que esas raíces de alegría que han nacido en nosotros perduren siempre.

Amén.

 

Helena Serrano Brasola

Nueve horas de trayecto y allí estaba, sin saber bien qué iba a vivir ni que esperarme. No fueron precisamente unos días de descanso ni comodidad a la que estaba acostumbrada, pero eso que se hacía pesado al principio se volvió algo llevadero e incluso divertido conforme me iba adaptando, como las duchas con mangueras o las largas cadenas de personas que hacíamos para que ninguno nos perdiésemos. El agobio de no tener espacio en los autobuses se pasaba cuando empezaba a cantar con desconocidos y el calor después de estar horas caminando cuando nos lanzaban agua desde los balcones para que nos refrescásemos.

Era brutal ver cómo tantas personas con diferentes vivencias, edades o nacionalidades estaban allí por una misma razón: Dios. Porque como dijo Francisco: “En la Iglesia hay espacio para todos, ninguno sobra, ninguno está de más”. Y a pesar de lo enorme que era el encuentro eran las pequeñas cosas las que me hicieron verle sentido a estar ahí y en las que se reflejaba el verdadero amor: cada sonrisa, palabra o abrazo de gente incluso desconocida, la ilusión y alegría que transmitían o cada pulsera o estampita que reglaban porque para ellos era especial.

Fue emocionante ver al Papa pasar a menos de dos metros de distancia, pero sobre todo escuchar sus palabras y ver cómo nos conmovían a cada uno de nosotros acercándonos a Dios. La falta de sueño, las largas colas para comer y las carreras para no perder el metro merecían la pena cuando nos juntábamos miles de jóvenes cantando o rezando al mismo tiempo dejando de lado nuestras diferencias, miedos o preocupaciones.

Me siento muy afortunada y solo puedo dar gracias por haber tenido la oportunidad de ir, de caminar con un grupo con el que he compartido tanta vida y me ha hecho sentir el espíritu de Iglesia, de familia. Gracias Señor por llamarme a vivir esta experiencia, después de varios meses de espera vuelvo de esta semana con el corazón muy lleno.

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