Triduo cuaresmal al Cristo del Amor. Las homilías de nuestro Director Espiritual: Un apoyo para nuestro camino hacia el Viernes Santo

Durante los pasados días 18, 19 y 20 de febrero, celebramos en nuestra sede de la Parroquia, Basílica y Real Santuario de Santa María de la Victoria, el Triduo que cada Cuaresma dedicamos a nuestro Titular, el Stmo. Cristo del Amor, como preparación para el próximo Viernes Santo y las fiestas de la Pascua.

Nuestro Titular fue presentado a la veneración de los cofrades y devotos en un altar efímero, situado en el crucero del templo, en el lado del Evangelio. Un gran telón sobre el que se disponía el dosel bordado de la Cofradía, servía de fondo a un montaje sobrio en el que el Cristo y la Dolorosa aparecían flanqueados por cuatro blandones dorados con sus correspondientes hachones de cera morada. Dos piñas de claveles color “sangre de toro” completaban el sobrio exorno.

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Para el primer día de Triduo, la albacería de culto había preparado la oración que compartimos en la presencia de Jesús Sacramentado. Nuestro Director Espiritual expuso el Santísimo e hicimos la adoración meditando sobre unos textos preparados para la ocasión con el tema central de la misericordia en el Año que estamos dedicándole.

Los cantos, el recogimiento y la preparación de los reunidos en torno al Señor y de la propia celebración, hicieron que pudiéramos vivir un momento intenso de oración en comunidad.

Las palabras de D. Antonio Coronado ayudaron a crear este ambiente y a centrar nuestra oración, marcándonos el camino para nuestra preparación cuaresmal que ha de culminar el Viernes Santo en la procesión y en la Vigilia Pascual celebrando la Resurrección.

Por eso, dejamos aquí la transcripción de su homilía, para que nos sirva a todos los hermanos de clara guía y de apoyo firme en este camino hacia la Pascua.

Somos cofrades, llamados a anunciar y llevar a Dios a los demás. Pero no seriamos buenos profetas, y nuestros frutos no serían lo que Dios espera de nosotros:

-Si sólo visitamos a nuestros Sagrados Titulares llenos de emoción, y los mostramos con orgullo a nuestros amigos y conocidos aquí en la Capilla o en la foto que llevamos en la cartera, pero no descubrimos el rostro de Dios, el rostro del Amor y la Caridad, en el hermano enfermo o encarcelado.

-Si sólo vivimos comidas de hermandad para celebrar nuestra fraternidad, pero olvidamos a los otros hermanos que pasan necesidad, muchas veces a nuestro lado; si no damos de comer al hambriento y de beber al sediento, o lo que le damos son sólo las migajas que nos sobran; si no nos sentamos a la Mesa del Señor cada domingo, cuando es Él mismo el que nos invita, convoca y alimenta, o no calmamos la sed de Dios de nuestros hermanos por cobardía, miedo o el qué dirán.

-Si sólo cobijamos a nuestros titulares en magníficos altares efímeros o tronos, pero no acogemos al peregrino, al forastero, al hermano que viene a nuestro encuentro y solicita nuestra ayuda, nuestra mano para levantarse.

-Si sólo vestimos nuestra medalla, nuestro capirote, nuestra túnica de nazareno o de portador, pero no vestimos al desnudo, al que pasa frío, o queremos vestirlo con lo que nos sobra; o lo hemos desprovisto de su túnica, de su dignidad, con calumnias, críticas, juicios.

-Si sólo encendemos velas y carbones de incienso, pero no damos luz a nuestros hermanos que no saben, que carecen de la formación necesaria y del conocimiento, en lejanos países o en los hermanos que a nuestro lado necesitan que les aconsejemos, y que por comodidad, miedo, y un largo etcétera que nos inventamos para justificarnos, dejamos sin luz para su camino; si no mostramos el camino y el sentido de la vida, recluyendo también nosotros la fe al ámbito de lo privado, y olvidamos el mandato del Señor a Evangelizar.

-Si sólo andamos corrigiendo el cirio que se ha torcido, la flor que se ha caído, el pliegue que se ha abierto, el trono que anda coleando, el capirote que se nos ladea, pero por el miedo y la cobardía, unido a la comodidad, no corregimos fraternalmente al hermano que ha torcido el sendero y se aleja de Dios, y del amor y la caridad al prójimo; sin juzgarlo, pero si con el cariño y la firmeza de ser un acto valioso de amor a Dios y al hermano. Cuando como avestruces escondemos nuestra cabeza, y no queremos ver ni oír, y miramos hacia otro lado cuando el hermano se va alejando de Dios y del prójimo.

-Si sólo se nos ponen los pelos de punta o se nos saltan las lágrimas al contemplar a nuestros titulares al son de una marcha en una perfecta maniobra, o al oír el primer toque de campana, o al ponernos el capirote, pero no se nos conmueven las entrañas ante el hermano que humillado pide perdón; si no somos capaces de perdonar al que nos ofende, y le pedimos al que entregó la vida por nosotros, perdonando a sus enemigos, que Él si nos perdone; si le decimos como Caín a Dios: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”; o atesoramos en nuestro interior rencor y odio que paseamos por las calles en el trono de nuestro orgullo y soberbia; o levantamos a pulso nuestra indiferencia ante el hermano sólo y desamparado.

– Si sólo somos capaces de sufrir el peso del varal, de la bocina, del cirial, del capirote que aprieta, de la subida del Compás, pero no soportamos con caridad los defectos del prójimo; si nos burlamos de él y hacemos de la caridad un mero chiste; cuando en lugar de abrazar al hermano con sus defectos, llevamos una lista, toda una papeleta de sitio, llena de fallos, prejuicios y etiquetas.

-Si sólo queremos consolar la muerte de nuestro Cristo del Amor y el dolor de la Madre que acaba de perderlo, con nuestras marchas, para que se meza, para que no sufra, para que se duerma y no sienta el dolor que la invade, pero no consolamos al que sufre, al que está triste, al que se encuentra sólo y sufre el abandono, y lo dejamos al borde del recorrido oficial de nuestra vida con su dolor, sumado al de nuestra indiferencia.

-Si sólo nos acordamos de levantar nuestra oración a los Santos con nuestras intenciones, proyectos y peticiones, pero olvidamos de rezar y pedir por aquellos que dejando este mundo aguardan el encuentro para siempre con Dios.

Niña Inmaculada del Calvario, de nuestros calvarios; Cruz guía de mi vida; eres la estrella más pequeña, la más humilde, la más sencilla, la más “chiquitilla”, pero también la que más luz da, la que más brilla, porque cada día, al peregrino que entra en el Santuario no dejas de recordarle el sentido de la vida: vivir al pie de la Cruz con los ojos puestos en Cristo, sin apartarlos jamás. Enseñamos a abrir como tú, los brazos de la misericordia a todos nuestro hermanos.

Niña Inmaculada del Calvario, de nuestros calvarios, más que tú sólo Dios.

Para el segundo día de Triduo, la imagen del Cristo del Amor se acercó a los fieles, habiendo sido dispuesta de manera sencilla ante el altar mayor. Con su cercanía y ante su dulce presencia, rezamos el Vía Crucis que fue presidido por el diácono permanente adscrito a nuestra Parroquia, D. Julio Morales. Como el día anterior, los textos que nos sirvieron para la meditación también fueron acordes con el Año de la Misericordia.

El tercer día, concluyó el Triduo con la celebración de la Eucaristía en unión de nuestra comunidad parroquial. La Misa del II Domingo de Cuaresma con el evangelio de la Transfiguración fue el punto culminante de estos tres días que, a modo de ejercicios espirituales, hemos ido viviendo en torno al Cristo del Amor y a la Virgen de los Dolores, nuestra Dolorosa.

De nuevo, nuestro Director Espiritual nos dejó una homilía que queremos compartir para que sirva de referencia a todos los cofrades en este tiempo de Cuaresma.

Cada Cuaresma, Él, Señor del tiempo y de la historia, viene a morir, para damos la mayor de todas las lecciones, su muerte por amor en la cruz…

Cruz que se alza como llama de amor viva ante nuestros ojos,

Cruz que se convierte en estandarte de victoria,

Leño verde que dio el fruto más preciado: la Vida,

Trono soberano donde reside la verdadera sabiduría,

Árbol plantado en medio del camino que cobija con su sombra nuestro destino,

Semilla preciosa que fue regada con la sangre del Amor y la Caridad,

Cruz de entrega, Cruz de sacrificio, Cruz de dolor, que elevas entre el cielo y el suelo al verdadero Dios y verdadero hombre, Cristo nuestro Señor.

Contemplándolo en el madero, miramos hacia atrás y descubrimos su presencia en nuestras vidas, sus llamadas y su aliento para que sigamos caminando, muchas veces contra corriente, por el sendero de la vida. Y nos sigue hablando, día tras día, en la creación que despierta cada mañana, en la sonrisa del niño, en el anciano que aporta su experiencia a los que vienen detrás, en la vida que nace cada segundo, en el amor de la familia, en la vida que se entrega por los demás, en la Eucaristía celebrada en comunidad, en tantas y tantas personas y a través de tantas situaciones, que descubrimos que constantemente nuestro egoísmo cierra nuestros ojos y nuestros oídos a tu clamor, que hoy desde la cruz, en este final de Triduo dirige a nuestros corazones:

“Mírame con los ojos del corazón, cofrade del Amor, que me contemplas en este Altar efímero que me sitúa ante ti. Mírame y óyeme, te lo suplico, estoy ante ti crucificado por amor, y vuelvo como oscura golondrina que alza el vuelo, a recordarle que fuiste rescatado de la muerte a un alto precio: mi sangre.

Mira mis manos cerradas de dolor, en un deseo de no perderte;

mira mis pies que ya no podrán recorrer esta tierra llevando la alegría del Reino de Dios;

mira mi cabeza vencida ante el peso del sacrificio y la entrega total, sin medida;

mira mi costado abierto y mis heridas y recuerda que son por Ti, porque te quiero.

Con esa libertad que como don has recibido de mi Padre, cura y sana las heridas de mi cuerpo:

-Arranca los clavos mis manos, utilizando las tuyas a favor de los que más lo necesitan. Utilízalas para dar sin esperar nada a cambio,

para secar las lágrimas del que llora,

para dar de comer al hambriento y al sediento,

para vestir al desnudo,

para acoger al peregrino.

para levantar al que ha caído,

para curar las heridas del enfermo,

para construir el Reino del Amor, mi Reino.

– Arranca Ios clavos de mis pies llevando con los tuyos mi palabra, mi mensaje y mi vida a todos aquellos que no me conocen, siendo testigo mío en todos los lugares y en todas las circunstancias de la vida. Llévame a tu casa, a tu familia, a tus amigos, a tus vecinos, a tu trabajo, a todos aquellos que te rodean allá donde te encuentres y que necesitan de mí.

-Cura la herida de mi costado perdonando a aquellos que te hayan podido ofender, olvidando el dolor que te han producido, reconciliando al hermano vuelve a Ti y pidiendo perdón a aquellos que han sufrido la lanza de tu egoísmo y tú soberbia. Recuerda mi mandamiento, y si un hermano tiene quejas contra ti, antes de ponerte la túnica para abrazar el varal o portar un cirio para alumbrarme, o situarme en un magnifico altar, deja lo que tengas entre manos y recorre la peregrinación de la misericordia: no juzgues, no condenes, no te burles y restituye al hermano, y luego vuelve para llevar la lección que le doy y has hecho vida, a los que no me que conocen; que misericordia quiero, y no sacrificios.

-Cura las heridas que la corona espinas ha dejado en mi cabeza siendo sembrador de justicia y constructor de paz, descubriendo mi rostro en todos tus hermanos, los que comparten tu vida y los que sufren la miseria y el olvido en lejanos continentes, no los apartes de ti, llévalos siempre en tu cabeza, tu que su dolor sea tu dolor, su hambre tu deseo de justicia, que tu caridad no sea un fuego de artificio que brilla sólo cuando la desgracia pasa delante de tus y después, olvida.

-Cura las heridas que los latigazos y las caídas cargando la Cruz dejaron en mi cuerpo, cúralas con tu oración diaria, contándome tus alegrías y dolores, proyectos y fracasos. Cúralas leyendo mi Palabra que está viva, meditándola en tu corazón; hazla vida, no la dejes encerrada entre las pastas de un libro. Cura mis heridas descubriéndome en los signos que te he dejado: los sacramentos, donde te perdono, te busco, te curo, te alimento, y descúbreme en el sagrario donde te espero cada instante, cada segundo mendigando tu compañía.

– Cura el corazón traspasado de mi madre la espada del dolor, siendo fiel en la cruz y en los dolores como Ella, tu madre, tu consejera, tu auxilio, tu confidente y tu Señora. Ella sí que sabe de espadas, de alma traspasada por el dolor de la incomprensión, con una fe que se eleva como paloma a los cielos y se abandona en las manos del Padre aceptando su voluntad. No tiene más palio que mi cruz, ni más corona que mi entrega, ni más bordado que el frío cuchillo que atraviesa su pecho, pero da el fruto preciado del Amor y de la Caridad, como grano de trigo que muere con el dolor y es regada con mi sangre al pie de la Cruz”.

Niña Inmaculada del Calvario, la más pequeña de las Estrellas, pero la que más brilla, siéntanos en tu regazo y enséñanos a abrir nuestros brazos como tú a la misericordia de Dios en nuestras vidas, para ser misericordiosos como el Padre.

Niña del Calvario, por más señas, Dolores, dichosa tú que has creído. Más que tú solo Dios.

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